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miércoles, 27 de marzo de 2019

EL MISTERIO DEL "BIEN"



EL MISTERIO DEL "BIEN"
PAUL BRUNTON
Uno de los principales pensadores del siglo XX
De su libro: Ensayos sobre la búsqueda

 -"Hidalgo le dijo a a su compañero de andanzas, al proponerse estudiar el capítulo que sigue de Paul Brunton: -Escudero, necesitaremos leer y releer muchas veces este capítulo de Paul Brunton de su Ensayo sobre la búsqueda. Encierra muchas verdades que nos permitirán comprender, en profundidad, muchas realidades de la vida en el planeta tierra, y seguramente, en muchos otros lugares de ese inmenso universo, aún desconocido por nosotros. Generalmente, pocas veces se alcanza a ver más allá de las propias narices, y es preciso trascender las apariencias del entorno para descubrir la nuez dentro de la cáscara, y el bien mayor detrás de la adversidad. Estoy seguro que con tu profunda agudeza, admirada por muchos en el mundo, podremos discernir con claridad sobre este tema de tata trascendencia. No obstante, no te precipites en soltar tus opiniones, sin antes meditar a fondo para separar lo útil de lo intrascendente. Cuántas cosas hemos aprendido meditando sobre las enseñanzas de P.B. Esta vez no será una excepción". GIC

Dice Paul Brunton, en el primer capítulo de Ensayo sobre la búsqueda, lo siguiente: 
No acostumbramos criticar a los críticos ni responderles porque rechacen nuestra obra. Las opiniones humanas son tan variadas, los puntos de vista intelectuales tan vastamente divergentes, y los temperamentos emocionales tan distintos que, sólo basándose en esto, en una época u otra, un autor puede esperar recibir noticias que abarquen toda la gama desde la alabanza inmerecida hasta el inmerecido vilipendio. Además, no tenemos el especial deseo de defender nuestra obra. Tan pronto se publica un libro, somos cada vez más conscientes de sus defectos y errores, de sus deficiencias y limitaciones. En realidad, somos emocionalmente tan conscientes de aquéllos, que adrede nos abstenemos de pensar en nuestra labor literaria pasada, debido al pesar que invariablemente acompaña a ese pensamiento.
Sólo cuando otras personas presentan el tema y tenemos que tratarlo a fin de responderles o ayudarlas, nos sometemos a esa dura prueba. Esta actitud se debe, en parte, al cambio de punto de vista y al avance del conocimiento que, de algún modo, el destino nos aporta poco después de cada publicación. Lo que subsiste es el hecho de que nuestros libros no nos contentan y sus imperfecciones nos deprimen. De modo que, a semejanza de Emerson, temblamos siempre que alguien escribe con aprecio sobre nuestros libros y ¡suspiramos aliviados cuando alguien no lo hace! ¡Todo lo cual es tan sólo un preámbulo de declaración de que nosotros mismos somos nuestros peores críticos!
El importante periódico literario de Inglaterra, The Times Literary Supplement, habitualmente toma nota de los libros nuestros, y favorablemente también.
Pero La Sabiduría del Yo Superior cayó probablemente en manos de un crítico nuevo, si nos es dable juzgar por la prueba interna del enfoque y la prueba externa del estilo. Ocupa la mayor parte de su espacio criticando unas pocas expresiones sin importancia del capítulo introductorio, y el resto con una cita de la mitad del libro, que trata sobre el problema del mal, junto con una expresión de la opinión del crítico en el sentido de que esta cita (que según él asegura es el resumen del autor acerca del problema) carece de "finalidad" y trata al problema "indiferentemente".
Queda sin debatir la mayor parte de la enseñanza del libro y sus ideas principales. Agradecemos al crítico de The Times que nos llame la atención sobre lo que humildemente coincidimos en que es un tratamiento insatisfactorio de un tema importante, aunque deploramos lo inútil de las otras observaciones dirigidas a lectores que quieren saber qué es lo que el libro contiene. El tratamiento es insatisfactorio no porque le hubiéramos quitado alguna parte, sino únicamente porque tal como está es desparejo e incompleto, y no abarca más que una parte de lo suyo.
Es menester asociarlo con los párrafos del capítulo titulado "La guerra y el mundo", que se ocupa de la existencia de las invisibles fuerzas del mal, y con los párrafos del libro preliminar Más Allá del Yoga, que se ocupa de la necesidad de un doble punto de vista filosófico y práctico.
Semejante combinación representaría más correctamente la enseñanza superior sobre este problema, pero ni siquiera entonces la representaría plenamente. Por tanto, en las páginas siguientes, por la autoría de ambos libros, hemos procurado ofrecer lo que allí se descuidara y recalcar más lo que allí se declarara demasiado sucintamente. En realidad, vamos todavía más allá y afirmamos que no sólo existen los instrumentos visibles y corrientes del mal —tan evidentes todos ellos alrededor de nosotros— sino también los invisibles: concretamente, los espíritus malignos. Caer en la magia negra o en el perverso ocultismo de las malas prácticas místicas es tratar de controlar o perjudicar a los demás por medios psíquicos o mentales. Los dos puntos de vista ¿Cuál es el verdadero lugar del mal en un universo cuya alma que lo formó es benévola?
No podemos llegar a la verdad acerca de esto si nuestra consideración lo aísla artificialmente, sino sólo si lo consideramos como parte del orden divino del universo. Cuanto ocurre hoy en el mundo, o cuanto ocurrirá mañana, no ocurrirá fuera del conocimiento divino y, por tanto, no escapará al poder de las leyes divinas. Aunque para la fe ciega, la presencia del alma se justificaba tradicionalmente como la voluntad de Dios, la persona religiosa moderna está desarrollando su facultad pensante. Está dispuesta a aceptar la voluntad de Dios, pero, al menos, quiere una respuesta más racional respecto de por qué existe esto. Se le ofrecen dos puntos de vista: el popular y el profundo. Este problema desafía la solución racional si sólo se lo trata desde el primer punto de vista, pero empieza a rendirse si se lo trata desde ambos puntos de vista combinados. En realidad, no hay una explicación popular del mal que pueda librarse de que un intelecto bastante agudo lo acribille con su crítica.
La persona religiosa moderna no deberá contentarse con lo que la experiencia y el sentido común le digan; también deberá oír lo que la reflexión metafísica y la revelación mística tengan que decirle. Para los fines prácticos, podrá seguir andando con lo primero, pero para los fines filosóficos es necesario que añada lo segundo.
En una mentalidad equilibrada y amplia, los dos criterios no se excluyen mutuamente sino que pueden unirse con facilidad; en una mentalidad estrecha, ni siquiera pueden encontrarse. Cuando al materialista, al egoísta y al de mentalidad superficial se los enfrenta con estos dos modos de ver al mundo, los encuentran contrarios e incompatibles, marcadamente conflictivos y desesperadamente inconciliables. Semejan un coche cuyas ruedas giran simultáneamente en direcciones contrarias.
Pero el investigador filosófico, que cultiva su psiquis con más plenitud y mejor equilibrio, puede permitirles que existan uno junto al otro sin que él se separe en dos personalidades inconexas. Le es enteramente posible sintetizarlos sin revelar esquizofrenia.
De esta manera, su comprensión racional del mundo se une perfectamente, en la acabada personalidad, con su experiencia sensoria de aquél; su aprehensión mística de la vida se equilibra agradablemente con sus reacciones emocionales hacia ella. Nada se quita y nada se niega.
La comprensión de este asunto se oscurece para nuestra mente al no tomarnos la molestia de definir cómo usamos esta palabra "mal". Deberíamos rehusamos a negar o admitir la existencia del mal antes de que hayamos debatido esta cuestión: "¿Qué quieres decir con el término ‘mal'?" Una vez logrado esto, descubriremos que el mal del que hemos de salvarnos está en gran medida (pero no íntegramente) dentro de nosotros mismos. ¿Qué significamos cuando decimos que un acontecimiento, una cosa o una persona son "malos"? En Más Allá del Yoga, explicamos cómo las palabras se entretejen fuertemente con la sustancia misma del entendimiento humano. Cuando investigamos el lenguaje en el que toman forma nuestros conceptos, estamos investigando los conceptos mismos.
Entonces tal vez descubramos, azoradísimos, cuan importantes son las influencias psicológicas ejercidas por palabras y frases que se convirtieron en estandarizados clisés despojados de significado claro. Tal vez notemos cómo se ilumina el carácter total de problemas oscuros. Será más fácil deducir el origen del mal después de deducir su naturaleza.
En los trópicos nos es dable observar a las ranas "malas" que cazan a las luciérnagas "buenas", y a las víboras "malas" que cazan, a su vez, a las ranas "buenas". Todo lo que cree un estado conflictivo dentro o fuera de una criatura viva, y de esa manera, perturbe o destruya su felicidad, es "malo" para esa criatura. Puede originarse en que algún animal obedezca a sus apetitos, en que algún humano se comporte malvadamente, o en alguna violencia por parte de la naturaleza.
Puede resultar de un acontecimiento, de una acción o de la relación entre éstos. Aunque esto es muy cierto, solamente lo es en un sentido limitado y relativo. El hecho es que cada criatura "piensa" lo malo de una situación.
Cuando preguntamos por qué deben existir bestias salvajes en el universo, pensamos en los efectos de aquéllas sobre las demás criaturas, incluidos nosotros mismos. Jamás cesamos de pensar por qué estas bestias no deberían existir por su bien y el de sus propias individualidades. Lo que llegaron a ser como resultado de la acción y de la interacción, del desarrollo y de la degeneración del lado brillante de las cosas, justamente tuvo que ser.
Una no tenía por propósito exclusivo servir a cualquier especie, como la otra no lo tenía exclusivamente de perjudicar a aquella especie. En el caso de los hombres, a todo lo desagradable para un punto de vista humano, incómodo para su egoísmo humano, contrario a sus deseos humanos, y doloroso para sus cuerpos humanos, se lo considera habitualmente como malo.
El mal del mundo es sólo relativa y parcialmente malo, nunca lo es absoluta y eternamente. Es malo en una época particular, o en un lugar particular, o en relación con una criatura particular. Este principio de la relatividad de las ideas conduce a extraños resultados. Uno de los primeros es que algo puede ser malo desde el punto de vista de un individuo puesto en particulares circunstancias en una época particular, pero no puede ser malo desde un punto de vista universal. Carlomagno se abrió camino a través de la entenebrecida Europa con su espada puesta al servicio de la cultura católica. Pero cuando esa misma cultura se volvió demasiado estrecha y demasiado intolerante, las hordas turcas que irrumpieron en Constantinopla dispersaron los textos clásicos tanto tiempo amontonados en las bibliotecas de Bizancio, condujeron a Italia a sus custodios, y de esta manera, liberaron sobre Europa nuevas fuerzas que estimularon grandemente el movimiento renacentista ya en existencia.
En estos dos casos, la guerra "mala" produjo resultados culturales "buenos". En nuestra propia vida, hemos visto al ateo malo lanzando su obra de destrucción de la religión decadente. Pero en las manos de una Providencia superior, también vemos, finalmente, que se la usó indirectamente para purificar, y de esta manera, promover verdaderamente la religión. La Idea Divina se elabora tanto a través de las fragilidades humanas como de las virtudes humanas. En este sentido, el mal es, a veces, nuestro maestro. Sería valioso contar los numerosos casos en los que la dificultad indujo nuestro propio bien, y la aflicción demostró ser paz embozada. Luego de experimentar el lado más tenebroso de la vida, estamos en mejores condiciones de ascender hacia el lado más brillante hacia el cual ella nos dirige. Antes de la guerra, algunos de nosotros hacía tiempo que buscábamos un Mesías, pero lo queríamos en nuestros propios términos egoístas. Queríamos que fuera blando y afable: incluso, que sentimentalmente nos halagara.
Jamás soñamos que, en lugar de él, podría venir un precursor como Hitler, cabalmente duro e inmisericordemente cruel, para castigarnos por nuestro materialismo personal y nuestro egoísmo nacional. Buscábamos redención, pero jamás soñamos que podríamos haber sido redimidos por el poder terrible del sufrimiento que nacería del mal. Una compensación por los sufrimientos de guerra causados por otros hombres es que aquéllos despiertan las mentes de numerosas personas y las ponen en el sendero para que averigüen el significado del sufrimiento y de la vida misma. Pero mientras persistan en ignorar la relatividad de las ideas y alcen sus opiniones personales o sus preferencias individuales como la verdad, continuarán descarriándose y descarriando a los demás; prolongarán innecesariamente sus aflicciones.
El mal que aparece cuando se ven los acontecimientos por primera vez, tal vez desaparezca cuando se los vea por segunda vez. Esto se debe a que, en el ordenamiento de la vida universal, hay una exactitud última. ¿Quién es Satán? "El mal es efímero. Al final, él mismo se derrota. Sólo tiene vida negativa. Representa el hecho de no ver lo que es, de no obrar en armonía, de no entender la verdad. En suma, el mal es la falta de comprensión apropiada, es apartarse demasiado lejos del verdadero ser, es una captación inadecuada de la vida. Cuando se logra la intuición y se corrigen estas deficiencias, el mal cesa en sus actividades y desaparece.
El místico que penetra en la esencia profunda del ser, allí no encuentra al mal". Esta cita de La Sabiduría del Yo Superior, que el crítico de The Times afirma que es el "resumen" que el autor hace del mal, y lo critica como tal, jamás tuve el propósito, siquiera entonces, de ser un "resumen". Pero, entender adecuadamente la enseñanza exige que se conozca el hecho de que la actitud de esa enseñanza hacia el mal no se agota con esta cita sino que, en realidad, es de carácter doble. La creencia (que el crítico parece sostener) en una oposición satánica está también incluida, pero de modo diferente, en nuestra propia actitud. No negamos sino que, por lo contrario, admitimos plenamente la existencia de fuerzas individuales adversas a la evolución espiritual.
No cuestionamos la presencia de entes malignos y poderes satánicos. Hay fuerzas del mal tanto fuera como dentro del hombre. Estos agentes suprafisicos trabajan en el mundo invisible y, bajo ciertas condiciones anormales, se entremezclan con personajes humanos vivos para influir sobre los pensamientos y acciones de éstos u oponerse a su progreso espiritual. El aspirante espiritual se topa inevitablemente con la oposición de estos elementos adversos, y las fuerzas del mal se mueven contra él de modo astuto. Por buenas que sean al comienzo las intenciones y por nobles que sean los ideales del aspirante espiritual, sin embargo es posible que, involuntaria y sutilmente, el poder maligno de aquellos elementos y fuerzas del mal influyan sobre él. Si sucumbe ante ellos, algunos de aquéllos en los cuales confía le traicionan, sus juicios resultan ser equivocados, sus acciones se confunden, y las circunstancias trabajan contra él.
Le conducen de una acción a otra, primero mediante tentación interna, pero luego mediante compulsión externa, envolviéndole cada vez más en sus redes, y amenazándole con consecuencias cada vez peores. Para huir de cada consecuencia a medida que ésta surja, él tiene que cometer nuevos actos que le arrastran cada vez más hacia abajo. Al final, la tragedia le atrapa y el desastre le abruma. Si pudiéramos rastrear los efectos aparentes hasta sus causas ocultas, rastrearíamos muchos problemas hasta semejantes fuerzas psíquicas adversas, pertenecientes al mundo invisible. La segunda guerra mundial fue un ejemplo destacado.
Tenía un contenido psíquico incluso antes de que se pusiera en marcha física y visiblemente. Además de lo que fue política y militarmente, fue también una lucha dramática entre las fuerzas del bien y los poderes de las tinieblas.
Podemos estar seguros de que quienquiera que trate de despertar el odio de los buenos e inflame la ira contra lo Verdadero se ha prestado a las oscuras fuerzas de la naturaleza. A los jerarcas nazis los poseían sucios demonios, animados por poderes malignos de las regiones ocultas. Aquéllos intentaron cubrir su culpa con la vieja treta de la mentira maliciosa. Los que estaban trabajando detrás de Hitler no eran entes humanos.
 Procuraban convertir a los hombres en las más peligrosas de todas las bestias, tratando de transformarlos en animales arteros, carentes de discernimiento moral y privados de reflexión superior. Al movimiento nazi lo inspiraban mediaciones perversas, humanas pero desencamadas. Todas eran demoníacas; todas eran poderes de los infiernos más bajos. De allí las mentiras, la opresión, la crueldad, el materialismo, la codicia y la degradación que dispersaron por doquier. Los nazis no procuraron tanto crucificar a la humanidad mediante su arrogante agresividad y su brutalidad violenta; fue más bien mediante su negación de la justicia, su oposición a la espiritualidad y su desprecio hacia la verdad, que trataron de clavar a la raza humana en la cruz de sufrimientos de los que no había ejemplos.
En lo más recóndito del nazismo había una suciedad indescriptiblemente negra e inconmensurablemente peor que cualquier plaga que haya acosado alguna vez a la humanidad, pues brotó de regiones diabólicas infernales, de un gigantesco ataque masivo de siniestras fuerzas invisibles que confiaban en destruir el alma y esclavizar al cuerpo del hombre. Nunca había ocurrido esta peligrosa incursión de espíritus del mal en los asuntos de nuestro mundo, en tan vasta escala. Puede decirse que la humanidad escapó apenas del más terrible revés de su historia. Si los nazis hubieran ganado, hubiera sido estrangulado todo ideal espiritual, hubiera sido ahogado todo valor espiritual. La justicia interior de las cosas los anuló, y la humanidad (dolorida y herida, pero salva y viva) emergió de su gran peligro, tan sólo para encontrarse frente a otro intento de las mismas fuerzas oscuras para dominar nuevamente al mundo, pero usando un canal diferente. Pero todo esto no coloca a estos poderes opuestos en un nivel de igualdad con la fuerza del bien en la lucha universal; representan sus papeles necesarios y no es menester que los consideremos como errores imprevistos o malignos accidentes en el pensamiento divino. Las fuerzas del mal son siempre agresivas porque siempre deben tratar de destruir lo que, al final, las destruirá. Solamente el bien perdurará.
Corresponde a la naturaleza misma de los seres malos, como de los pensamientos malos, atacarse entre sí, y al final, destruirse recíprocamente. Entretanto, sus poderes son estrictamente limitados, y la oposición de ellos, cuando es vencida, ayuda realmente a desarrollar en nosotros al bien. No necesitamos vacilar en creer que el bien triunfará siempre en última instancia y sobrevivirá siempre al mal, que ningún género de mal tiene existencia independiente sino que todos los géneros del mal son sólo aspectos relativos de la existencia. Pero esta lucha y este triunfo sólo podrán existir en cada ente individual. No existen ni pueden existir en el cosmos en conjunto, porque éste es una manifestación de Dios. Aquí sólo prevalece la voluntad de Dios.
Existen los hombres malos y los espíritus malos, pero si hay un principio independiente del mal, eso es otra cuestión. Quien crea en la existencia eterna de Dios y admita la realidad eterna del mal, tendrá que rastrear esta última hasta su origen. Si ese origen es una personalidad o un principio coetáneo y co-perdurable con el universo, entonces maneja su voluntad diabólica a pesar de Dios; entonces, hay realmente dos seres supremos.
Las lógicas exigencias de unidad no permiten semejante conclusión imposible. Eso priva a Dios de su muy blasonada omnipotencia y representa un dualismo que pone a sus solícitos creyentes en un profundo dilema. Por otro lado, si se rastrea el origen del mal hasta un principio inferior o una personalidad inferior, nuevamente se los pone en un dilema, pues semejante conclusión deja sin explicar la cuestión de por qué Dios tolera la existencia de esta terrible entidad en vez de extinguir de Su Universo todo vestigio de mal. Si esto fuera cierto, entonces Dios ¡debería compartir la culpa de Satán! Finalmente, si se rastrea al mal hasta el hombre mismo, entonces Dios, al permitirle que caiga y se condene, o ignora las malas acciones de Sus Criaturas o es indiferente a ellas. Tal como la filosofía dice que el concepto de Dios a semejanza del hombre es conveniente solamente para las inteligencias inmaduras, de igual modo dice que el concepto del mal a semejanza del hombre, personificado bajo la figura de Satán, es también sólo para inteligencias inmaduras. Hay influencias individuales malignas, incluso espíritus individuales malignos, y ellos constituyen, en ocasiones, una oposición para el aspirante.
Pero la máxima oposición no proviene de una criatura llamada Satán; deriva del propio corazón del aspirante, de sus propias debilidades, de sus propios pensamientos malos. No deberá permitirse que el reconocimiento de esas fuerzas invisibles tape el reconocimiento de la propia responsabilidad primaria del aspirante.
No es pertinente que aquí nos ocupemos de la cuestión de la naturaleza de la existencia de Dios, salvo para señalar que la filosofía combina los criterios tanto de trascendencia como de inmanencia. Pero todo pensamiento dualista que admita al bien y al mal como fuerzas separadas, reales y eternas del universo, se envolverá siempre en estas contradicciones. Y es dualista toda doctrina que enseñe que las fuerzas prístinas del mundo son dos, no una sola. El criterio ortodoxo y popular, que sostiene que el poder divino lucha eterna y desesperadamente contra un poder satánico, y que este último es enteramente independiente de él y eternamente opuesto a él, es dualista. Por tanto, también está atrapado en estas contradicciones, pero representa el punto de vista inmediato más sostenible.
Sin embargo, la filosofía va más allá y más profundamente que las meras apariencias: de allí que represente el punto de vista último. A quienes de su visión del mundo proscribieron los valores espirituales tenemos derecho a preguntarles qué han ganado. Ninguna respuesta podrá ocultar el fiero hecho de un mundo en las garras del mal y del infortunio.
El fracaso de aquéllos en integrar la realidad espiritual en nuestra visión de la vida ha producido las consecuencias internas y extemas más desgraciadas. Ha producido un decenio en el que los crímenes inauditos de tiranos carentes de principios y las desdichas de masas desvalidas desanimaron y afligieron a todas las personas reflexivas y de buen corazón. Este lúgubre menoscabo de la dignidad humana es la finalidad lógica del materialismo y es por tales razones que quienes puedan comprender las importantes consecuencias que el destino de la raza humana hoy afronta deberán entablar la dura lucha contra el materialismo como si fuera una guerra santa. La guerra y la crisis constituyen un juicio trágico sobre una sociedad que estaba cayendo de cabeza en el abismo de esa equivocada visión del mundo. Su angustia actual y su estado de aturdimiento demuestran, para su vergüenza, cuan poca sabiduría y cuánta fragilidad hay todavía en los seres humanos.
También demuestra que el materialismo no tiene futuro, pues no puede proporcionar una sana base moral de vida ni una esperanzada base metafísica para pensar en la humanidad. Debido a que nuestra generación fue violentamente confrontada y sacudida por oscuros aspectos de la vida, como lo son la muerte y el sufrimiento, que la mayoría de las generaciones habitualmente ignoran, tiene que considerarlos o huir de ellos.
El primer rumbo la lleva hacia un sentimiento religioso vital o un sentimiento ateo refractario. El segundo rumbo la hunde en la sensualidad. Este es el siglo del desafío. La humanidad deberá escoger entre continuar en el viejo modo materialista de vida o poner en marcha un modo más espiritual. Y a menos que el sufrimiento de la guerra y la crisis despierten espiritualmente a una cantidad suficiente de personas, la perspectiva será oscura. La situación es grave todavía. Dentro de poco sabremos con exactitud hasta dónde ha llegado este despertar. Los acontecimientos no dejarán en paz a la humanidad; la están acorralando de modo tal que no hay escape.
Deberá hallar un modo nuevo y mejor de vida, o hundirse y perecer. En La Sabiduría del Yo Superior escribimos que la humanidad estaba caminando por el borde de un precipicio. Esa advertencia debe reiterarse aquí en el sentido de que si no responde al nuevo llamado mientras todavía hay tiempo, sus días de seguridad están contados.
Las opciones son claras. La humanidad deberá ampliar penosamente su perspectiva para incluir la base espiritual de la vida o continuar restringiéndose a un materialismo en ocasiones patente, a veces encubierto. En el primer caso, se salvará y salvará a su civilización; en el segundo, sucumbirá ante los males que semejante materialismo engendra.
Cuando interpretamos estos hechos a la luz de la filosofía, observamos que mientras los hombres buscaron solamente un triunfo personal partidista o grupal sobre otros hombres, en vez de buscar el triunfo del bien sobre el mal, y de la verdad sobre la falsedad, sus asuntos siguieron pasando de un yerro a otro y de una aflicción a otra. Tales personas, de modo natural pero muy equivocadamente, distribuyen su crítica sobre otros hombres, o sobre acontecimientos o cosas. Los problemas políticos y sociales encubrían un problema más profundo aún.
Quienes formulaban un juicio rápido sobre datos limitados o quienes creían que la mente es un mero derivado de la materia, no podían percibir esta verdad. En medio de todo este clamor de lenguas y sistemas, individuos e intereses, los problemas fundamentales se oscurecieron y su carácter esencialmente mental y ético permaneció invisible. El fracaso espiritual y la crisis política de esta época se ahondaron antes de la guerra; ni su mente ni su corazón fueron capaces de recuperar a uno o resolver a la otra. Su alardeado progreso se descubrió que era superficial.
La filosofía rechaza las opiniones esotéricas hindúes de que el universo no es más que ilusión, que sus luchas son un juguetón pasatiempo de Dios, o su nacimiento un craso error de Dios. Pero es erróneo decir que el Supremo crea el mal. El hombre lo crea; el Supremo meramente lo permite. Si esto no fuera así, el hombre podría reclamar que se lo liberara de su responsabilidad personal de obrar mal. Si la voluntad individual del hombre está incluida en la más poderosa voluntad de la Naturaleza (Dios), y está sujeta a ella, empero tiene la independencia para elegir, la fuerza para crear y la libertad para actuar dentro de límites fijos. No es incoherente conceder que, en su carácter inmediato, el mal existe y tiene vasto alcance y poder formidable, mientras en su carácter último es preferentemente la ausencia del bien. La experiencia atestigua eso. Pero existe como nuestra idea humana y en un sentido relativo. No tiene más ni menos realidad que cualquiera de nuestras otras ideas. Aquí la filosofía no enuncia doctrinas nuevas. En la Edad Media, Tomás de Aquino argumentaba que el pecado es estar privado del bien.
En época anterior, Plotino argumentaba que la infinitud misma de Dios debe, en consecuencia, implicar imperfecciones como males morales y físicos y que, en vez de infringir la omnipotencia de Dios, estas imperfecciones realmente indican Su infinitud. En la era pre-cristiana, Platón transmitió una tradición que explicaba al mal como la negación de la actividad positiva y benéfica de Dios. Trátase de un largo y fatigoso camino, pero es un hecho que hasta que los hombres lleguen a una etapa avanzada de evolución, no aprenderán, excepto que se entreguen a la enseñanza del sufrimiento y a las lecciones de la congoja advirtiendo las aflicciones que se suceden tras una acción equivocada y malas obras. Tarde o temprano, los hombres afrontan los resultados de las pasadas acciones malas o insensatas.
El mero espectáculo terrible del odio organizado bastaría para que alguien se volviera cínicamente pesimista acerca de la naturaleza humana. Pero cuando esa persona advierte cuan monstruosamente se extiende el mal en el carácter humano por todo el mundo, y especialmente cuando descubre cuán hondamente penetra en los denominados círculos espirituales, deberá retroceder espantada y aterrorizada en lo que a ella respecta, sin esperanzas ni confianza en lo que concierne a la humanidad. Deberá percibir que el dogma católico romano del pecado original no dista de la verdad práctica, por lejano que esté de la verdad última. Semejante situación, como la actual situación de la humanidad, está llena de los más graves peligros y no puede continuar mucho más que un decenio más o menos. Si no se le pone fin pronto, serán las fuerzas evolutivas las que pondrán fin a nuestra presuntuosa civilización humana. A un hombre poseído por los demonios (Hitler) lo consideraron un nuevo Mesías, un profeta de Dios.
El hecho de que Hitler, en menos tiempo, hiciera más para modelar el pensamiento y la vida de millones de seres favorables al mal que cualquier otro hombre capaz alguna vez de favorecer al bien, es una triste prueba de que la moralidad experimentará más rápidamente una caída que un surgimiento, y de que la espiritualidad es más difícil que llegue, que la materialidad. Los alemanes siguieron a este Anti-Cristo con una devoción y una fe mayores que la que habían demostrado hacia Jesús. El Anti-Cristo ocupa siempre el campo antes, durante o después de la hora destinada a la aparición del Cristo verdadero. Pero en nuestro tiempo esto no sólo es cierto respecto de los problemas espirituales (o sea, religiosos, místicos, morales y metafísicos), también lo es respecto de las imágenes sociales que aquéllos reflejan. Porque el veloz movimiento de la técnica moderna impulsa un movimiento paralelo de las naciones modernas rumbo a una asociación mundial supranacional, el nazismo ofreció, por adelantado, su propia versión egoísta y caricaturizada de lo que semejante asociación debería ser, y procuró materializarla por la fuerza. El buen éxito habría impedido que se fundara una verdadera asociación mundial. La versión nazi era muy sencilla. Consistía en ¡el pitón alemán que se-tragaba a todos los demás animales y, de esta manera, creaba, con todos ellos, una unión! Los nazis tenían inteligencia y ganas suficientes para apropiarse de algunos valores espirituales, ofreciendo sus falsificaciones materialistas.
El hecho asombroso es que creaban una parodia horrible de ideas capitales que eran oportunas para incorporarlas a la actitud del hombre moderno respecto de la vida. De esta manera esperaban aprovecharse del espíritu de los tiempos para engañar a aquél. Tal vez se formule esta pregunta: si el mal es una cosa relativa y no absoluta, ¿por qué a las fuerzas que inspiraron a los nazis las llamamos fuerzas del "mal"? La primera respuesta es que, en la etapa de cultura ética que las masas alemanas habían generalmente alcanzado, lo que debía haber sido bueno para ellas los nazis lo representaban como malo, mientras que lo que debía haber sido malo para ellas, se lo representaban como bueno. La segunda respuesta es que espíritus malignos mentirosos dirigían al movimiento nazi desde dentro... ¿Por qué no trabajar en favor del mero auto-engrandecimiento si el individuo es nada más que la persona física y egoísta? ¿Por qué no dejar que la guerra destruya a un millón de hombres, mujeres y niños cuando éstos obstruyen la senda hacia semejante triunfo personal si, tarde o temprano, están condenados a perecer, de todos modos, para siempre? ¿Por qué no establecer la adquisición de cada vez más y más bienes todavía, por los medios más terribles, si la afortunada adquisición de cosas materiales es la única aspiración razonable en la vida de un hombre? ¿Por qué no intimidar a todos los clérigos, a todos los estudiantes de literatura, a todos los predicadores de ética, a todos los filósofos del espíritu, a todos los artistas de elevado genio cuya influencia da a sus seguidores la debilitante idea que los despierte ante el hecho de que puede existir una realidad más allá de este montón de carne y de su medio ambiente terreno? Estas eran preguntas razonables para la mente nazi porque estaba llena de hostilidad hacia lo divino en sí y de odio hacia lo divino en los demás. De allí que su peor legado de posguerra para el mundo sea el prejuicio, el rencor, el recelo, la intolerancia, la envidia, la ira, el desequilibrio, la codicia, la crueldad, la violencia y el odio, males éstos que corroen los corazones de millones de personas con intensidad terrible. Esta es la peligrosa situación emocional que el nazismo dejó a la humanidad. Jamás hubo, en la historia del mundo, tanto odio y tanto rencor. Jamás hubo, en la historia, tanta necesidad de benevolencia y solidaridad entre los seres humanos. Esta situación conmueve y desanima a todos los que, de verdad, desean el bien de la humanidad. Por tanto, ¿cuál es la lección que la humanidad más necesita aprender en la actualidad? La lección de la piedad, de la compasión. La necesidad de más amor y menos odio en el mundo es evidente. Empero, los hechos externos y los movimientos emocionales de nuestra época muestran más odio y menos amor. ¿Dónde está nuestro alardeado progreso? La última consecuencia de toda esta tendencia del mundo de antes de 1939 fue la desolación y la violencia de la guerra. La última consecuencia de ella en el mundo de la época de paz puede ser desastrosa a su modo. La generación más joven creció en una atmósfera explosiva, egoísta y materialista. Si la tragedia pública y el vacío privado, pertenecientes a nuestra época, no pueden convertir a esa generación y a muchos de sus mayores hacia un modo espiritual de vivir, nada podrá hacerse con bastante rapidez. En ese caso, antes de que pase mucho tiempo, la destrucción total pondrá fin a nuestra civilización decadente. Quienes tenían ojos para ver percibían claramente, incluso cuando el nazismo estaba en su cenit, que una de las principales tareas históricas de aquél sería la de acelerar este proceso en la Alemania misma, en la que las formas nazis se derrumbaron por completo, incluso después de una existencia más breve. Y esto porque aquellas formas eran, en esencia, demasiado retrógradas en ese tiempo. A sus adherentes les proporcionaban toda la ilusión, pero poca realidad de progreso. De este modo, fueron envenenando los renuevos desde la verdadera línea de progreso. Parte de la misión semiconsciente de Hitler era liquidar el viejo orden de cosas y destruir las perspectivas del mundo que habían perdido su oportunidad y su capacidad de servicio. Pero, aunque en este sentido Hitler estaba muy adelantado a su época, en otros sentidos estaba, por supuesto, muy detrás de ella. No entendía que la era de los dinosaurios morales y de los pterodáctilos mentales había pasado hacía tiempo. El prevaleciente estado materialista del mundo y su consiguiente influencia sobre el carácter humano pueden llevar a algo incluso más devastador que la guerra. La naturaleza también podría participar del juego. En un par de meses, precisamente después de la primera guerra mundial, la epidemia de gripe mató muchas veces más personas que las que perecieron durante los cuatro años de esa misma guerra.
La ciencia y la civilización, la cultura y las ciudades de la Atlántida fueron borradas de la superficie de la Tierra, las devoró una vasta masa de agua que, desde entonces, durante miles de años de moverse incesantemente, dejó limpio de la suciedad antigua el asiento de aquéllas. A través de semejantes cataclismos, la naturaleza se libera de la molesta presencia de los malvados, purifica su cuerpo de nidos de corrupción, y se defiende contra los vicios que su propia prole procura establecer. De esta manera, la naturaleza le devuelve a la humanidad los castigos por las iniquidades de ésta.
Cuando la violencia de la naturaleza, como en los terremotos y ciclones es tan grande, o cuando los golpes del destino son tan recios como para hacerles sentir a los hombres su pequeñez y su impotencia, el instinto de volverse hacia algún poder superior con resignación o súplica, surge espontáneamente. En nuestra época, fueron muchos los que, tan aturdidos por un duro materialismo, llegaron a negar la realidad de este instinto, pero sólo lo han encubierto. No pueden destruirlo. Pero al desafío lo volvió final, urgente y agudo una fuerza nueva a la que se dejó suelta en el mundo: ¡las bombas atómicas y de hidrógeno! La energía liberada por la desintegración atómica está ahora en nuestras manos. Lo que otrora fuera el sueño fantástico de unos pocos científicos se convirtió en la horrible realidad de la historia contemporánea.
El nuevo tipo de bomba tiene efectos sin paralelo. Puede destruir e incendiar una vasta región de un modo total, antes desconocido; puede, en un solo ataque, hacer desaparecer ciudades enteras con su tremenda concentración de potencia incendiaria y explosiva. Hizo que fueran anticuadas todas las armas militares conocidas y relegó como obsoletos muchos problemas de seguridad. Sus posibilidades de matanza masiva constituyen la mayor revelación de nuestros tiempos. Es significativo que la bomba atómica no apareciera hasta el final de la guerra contra el Japón, y no apareciera en la guerra contra Alemania. Esto señala el hecho de que, si se desarrolla otra guerra, este nuevo género de conflicto bélico ha estado reservado para él solo en los designios del destino y los anales de la historia. La guerra deberá ahora matar por completo a la mayor parte de la raza humana o matarse a sí misma mediante su propia perfección. Ella es tal vez la forma más dramática y más visible del mal en toda la historia de la humanidad. El orden que la humanidad construye es, después de todo, la expresión de su percepción espiritual o de su ceguera espiritual. El orden nuevo no será mejor si no es mejor el entendimiento. Caerán en falsas esperanzas todos los que no logren percibir la directa relación causal entre la vida interior y la vida exterior, y quienes ignoren el accionar exacto e infalible de la ley moral. Las vastas crisis y calamidades que golpearon al mundo despertaron, en millones de personas, vivas expectativas de cambio social y renovación universal inminentes en las formas espirituales y materiales de la sociedad. Estas tensiones terribles hicieron que numerosos sufrientes se dedicaran a buscar su propia redención. Nadie puede determinar todavía, con exactitud, cuan grande debe ser la cantidad de aquéllos, pero cualquiera puede percibir cuan pequeña debe ser en proporción con el total de población. Podemos estar seguros de que existe una razón tremenda para que el destino permitiera las consecuencias tremendas de que la energía nuclear se pusiera a disposición de la humanidad en esta precisa coyuntura de la historia. Por tanto, no es un accidente que, en esta generación, todo haya entrado en un estado de crisis. Una voluntad superior está guiando los asuntos mundiales. Este estado no podría haberse desarrollado con antelación, pues entonces habría sido muy prematuro. Está sincronizado kármicamente y conectado anteriormente con el gran punto crucial de la evolución del ente humano, con el apartamiento de la desequilibrada inmersión en las apariencias físicas y del apego excesivo a la personalidad.
¡Cuánto mal humano desaparecería si los hombres ampliaran sus perspectivas y achicaran su egocentrismo! Los efectos externos de este movimiento evolutivo interior se están sintiendo grandemente por todas partes pero en ninguna parte se los está entendiendo claramente. Lo que en Mas Allá del Yoga afirmamos en el sentido de que la humanidad se está acercando al umbral de la adultez significa que, desde el instante en el que comenzó el nuevo sesgo evolutivo, la evolución ignorante e infantiloide del ente humano también empezó a tocar a su fin. Hasta aquí, había andado entre tropiezos, medio a ciegas, en su adolescencia y su juventud. De aquí en adelante, recibirá conocimiento y podrá desplazarse más conscientemente; también tendrá que asumir, cada vez más, las responsabilidades de la madurez espiritual. Cuando a su tiempo la crisis actual llegue a su fin, interiormente se liberará un influjo divino y exteriormente se manifestarán varios maestros espiritualmente de altos grados. El siglo XX será, realmente, el "siglo de la iluminación". De esta manera, al principio involuntariamente y más tarde voluntariamente, el hombre obedece al propósito superior que el plan divino le tiene asignado. Este propósito no puede dejar de cumplirse, pues, en este universo, cada cosa trabaja en procura de ese fin. Para cumplirlo no depende de su cooperación consciente, ni lo desbaratará su oposición ciega. Puede trabajar con él u oponérsele.
Al final, el primer derrotero conducirá hacia el regocijo, el segundo hacia el sufrimiento. Tal como está constituido, no le es fácil tomar el derrotero más sabio. Empero, la evolución le forzará a entrar en él gradualmente, de modo fácil o no, pues el mundo es un mundo correctamente ordenado. El movimiento de la humanidad es cíclico y en este momento en que la rueda deberá dar una nueva vuelta, las dos fuerzas universales que luchan eternamente entre sí (la fuerza que eleva al hombre y la fuerza que lo degrada, los elementos evolutivos y los elementos adversos de la naturaleza) se encuentra en una lucha tremenda, de tensión inaudita. Quien no logre percibir que éste es el problema fundamental o quien, percibiéndolo procure eludirlo, contribuye a ser responsable de los acontecimientos que se sucedan. Si no entendemos a las fuerzas humanas y sobrehumanas que están trabajando en el mundo, no entenderemos cómo ocuparnos apropiadamente de la crisis mundial misma. Deberemos llegar a ser conscientes de qué dirección inevitable están tomando las fuerzas históricas por debajo de los acontecimientos visibles; y deberemos aprender a interpretar correctamente las diversas corrientes y contracorrientes que el período de posguerra puso en marcha. Los descubrimientos nucleares fuerzan a la humanidad a elegir entre dos opciones: la aceptación real de la ley moral, o la virtual autodestrucción. Este es el accionar divino.
La actual es realmente una época fatal. ¡Hoy vivimos todos con bombas terribles que penden invisibles sobre nuestras cabezas! Sólo un cambio drástico de las actitudes morales podrá afrontar con eficacia su peligroso desafío. ¿Y qué otra cosa es esto sino una elección entre cultivar una autodisciplina mayor o aferrarse a un egoísmo obsoleto; una decisión entre una alianza con la presencia sagrada o una continuación de la indiferencia hacia aquélla? Si fracasamos en efectuar la elección correcta, entonces no pasará mucho tiempo antes de que la vida civilizada de este planeta llegue a su fin. El curso de los acontecimientos después de la segunda guerra mundial no puede parecerse al curso de los acontecimientos después de la primera guerra mundial. Todo está contra eso, pues esta vez la humanidad afronta un ultimátum, un desafío final para que inaugure una época nueva y más noble, o desaparezca de la Tierra en general. Las dos opciones se nos han presentado claramente para que escojamos entre ellas. No hay un camino medio.

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